viernes, 12 de marzo de 2010

Roble.

Érase una vez, en un tiempo no muy lejano, en una tierra más allá del gran Valle, que nació un roble. Principio de siglo, 1920, mes de Marzo... El pequeño roble se erguía orgulloso entre los pilares de una iglesia. Se crió lejos del fuerte árbol que le dio la vida, pero cayó frente a varios sauces que la ayudaron, le dieron espacio, tierra, agua, sol... Pero el roble no se dejó consentir, pidió ser transplantado a una tierra diferente, no quería vivir siempre a la sombra de los eternos sauces.

La tierra a la que llegó, fue diferente, seca, sin nutrientes, por lo que tuvo que esforzarse al máximo para poder seguir creciendo. El valor de la pequeña ramita fue inigualable, pudo dar lo mejor de sí misma, pudo crecer en esa tierra sin esperanzas.

Pasó una temporada más en esa tierra hostil y prosperó. Entonces decidieron pasarla a otro jardín, junto a un alegre nogal, de cuyas ramas muchos instrumentos del pueblo fueron reforzados. Los dos, duros, resistentes y persistentes; aunque el nogal emanaba ese espíritu juguetón que caracteriza a los de su clase. Juntos, empezaron a tener uno, dos retoños, y empezó su verdadera vida.

Tiempo después, los transplantaron a otro pueblo, lejano y tumultuoso, lleno de muchos otros árboles, por lo que su supervivencia y la de sus pequeñas ramitas nacientes estuvo en peligro. Pero el roble y el nogal no se dejaron vencer, se esforzaron al máximo para mantenerse erguidos, y para proteger a sus retoños.

Pasaron los años, y el duo de madera tuvo 10 pequeños árboles a su alrededor, que a su vez dieron vida a muchos otros, los cuales hoy en dia empiezan a descubrir ramitas creciendo cerca de ellos. Nuestro roble siempre estuvo al frente del jardín, fuerte, incansable.

Hoy en día, los hijos del roble han sido llevados a diferentes tierras. El nogal que lo acompañó toda la vida, hace ya unos años que cayó. Algunos de sus retoños han enfermado y caído también. Y desgraciadamente, sólo su hijo más pequeño es el que no lo ha abandonado.

Ahora, el roble que vio pasar un siglo... El roble que les enseñó a otros árboles a ser fuertes, está débil, cansado, enfermo, moribundo... Y su fiel retoño no la quiere dejar caer e intenta sostenerlo, la sostiene con toda la fuerza de su tronco aunque el peso lo está venciendo...

¿La moraleja? Es horrible ver a un roble caer. Pero es peor ver a un roble resquebrajarse...









Dedicado a mi madre, el roble resquebrajándose.

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